2 de abril: Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo. Un llamado urgente a la empatía, la inclusión real y el respeto profundo por cada ser humano

Cada 2 de abril el mundo se tiñe de azul. Monumentos se iluminan, se comparten mensajes en redes sociales, se realizan charlas y actividades para visibilizar el Trastorno del Espectro Autista (TEA). Pero más allá del símbolo y la fecha, cada día es un desafío real y concreto para miles de niños, niñas, adolescentes y familias que viven dentro del espectro. Un camino lleno de aprendizajes, pero también de barreras que la sociedad, muchas veces, no ve… o elige no mirar.

El Trastorno del Espectro Autista no es una enfermedad, ni algo que deba curarse. Es una condición del neurodesarrollo que acompaña a la persona toda su vida, y que se manifiesta en diferentes formas y grados. Hay tantas formas de estar en el espectro como personas dentro de él. Algunas pueden comunicarse verbalmente, otras no; algunas tienen intereses restringidos, otras una sensibilidad particular al entorno. Pero todas tienen algo en común: son personas que sienten, piensan, aman y sueñan. Como cualquiera de nosotros.

Sin embargo, para muchas familias, el diagnóstico llega como una mezcla de alivio y angustia. Alivio por entender lo que sucede. Angustia por lo que vendrá: batallar con obras sociales, luchar por una vacante escolar, explicar una y otra vez que su hijo no está mal, solo necesita ser comprendido. La famosa inclusión, muchas veces, se queda en un cartel bonito en la puerta de la escuela, pero se desvanece cuando el niño no encaja en los moldes, cuando molesta con su conducta o necesita apoyos que nadie quiere brindar.

El recreo puede volverse un campo de batalla; una salida al supermercado, una misión imposible. Las miradas ajenas, los comentarios innecesarios, la impaciencia del entorno, hieren más que cualquier diagnóstico. La falta de empatía se vuelve una de las barreras más duras de derribar. Porque cuando no hay comprensión, hay exclusión.

Pero también hay algo que se repite una y otra vez en cada historia de vida dentro del espectro: la resiliencia. Padres y madres que se vuelven expertos sin quererlo, que aprenden de terapias, de leyes, de derechos. Niños y niñas que, con apoyo y amor, logran avances impensados. Que dan sus primeros pasos, que dicen su primer “te quiero”, que encuentran formas propias de comunicarse, de estar en el mundo, de brillar.

Porque sí, cada persona en el espectro es una expresión única y valiosa de la diversidad humana. Y si la sociedad supiera mirar con otros ojos, si pudiéramos salir del prejuicio y abrazar la diferencia, descubriríamos la riqueza de una mirada auténtica, de una lógica distinta, de una sensibilidad única. No se trata de cambiar a quienes están en el espectro: se trata de cambiar nosotros, como sociedad.

Este 2 de abril no alcanza con iluminar edificios. Hay que iluminar conciencias. Hace falta menos juicio y más abrazo, menos exigencia y más escucha. Más escuelas que se formen, que se adapten, que incluyan de verdad. Más medios que hablen con responsabilidad. Más espacios de juego, de cultura, de deporte que no dejen a nadie afuera.

Cada persona dentro del espectro tiene el derecho –como todos– a una vida plena, feliz, respetada. Y si alguna vez sentís que no sabés cómo acompañar, recordá esto: no hace falta ser especialista. Alcanzan dos cosas fundamentales: respeto y amor. Con eso, el mundo puede empezar a cambiar.