Falleció el Papa Francisco: el pastor del pueblo que cambió el rostro de la Iglesia

En una jornada cargada de recogimiento y emoción para millones de fieles en todo el mundo, la Santa Sede confirmó el fallecimiento del Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano y jesuita de la historia. Tenía 88 años. Su partida marca el fin de un papado profundamente humano, que buscó reconciliar a la Iglesia Católica con los desafíos del siglo XXI, apostando siempre por el diálogo, la humildad y la cercanía con los más vulnerables.

Nacido como Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, Francisco fue un hijo de inmigrantes italianos que nunca olvidó su barrio, su gente ni el aroma a café compartido en los patios porteños. Su sencillez fue su bandera incluso al llegar al trono de Pedro: eligió el nombre de Francisco en honor al santo de Asís, símbolo de pobreza, paz y fraternidad. Desde entonces, sus gestos marcaron un estilo distinto: vivió en la Casa Santa Marta, renunció al uso del papamóvil blindado y nunca dejó de insistir en una Iglesia “pobre para los pobres”.

Durante sus más de diez años de pontificado, Francisco impulsó reformas que dejaron huella. En lo institucional, puso en marcha una limpieza profunda en las finanzas vaticanas, creando entes de control más transparentes y combatiendo viejas estructuras de poder. En lo pastoral, convocó a una Iglesia más abierta, menos dogmática y más dispuesta a escuchar.

Fue un líder incómodo para algunos sectores conservadores, pero profundamente amado por aquellos que se sintieron, por fin, incluidos: personas en situación de calle, migrantes, víctimas de abuso, mujeres, jóvenes. Su famosa frase “¿Quién soy yo para juzgar?”, referida a personas LGBTQ+, marcó un punto de inflexión en la narrativa eclesial. También su insistencia en que “la misericordia es la primera ley de la Iglesia” redefinió prioridades.

En sus encíclicas, como Laudato Si’ y Fratelli Tutti, dejó un legado teológico y ético que interpela a creyentes y no creyentes por igual. Abogó por el cuidado del planeta, la justicia social y la fraternidad universal. Fue un Papa profundamente político en el sentido evangélico del término: denunció el descarte, la indiferencia global y el culto al dinero como males de época.

Pese a sus limitaciones físicas en los últimos años, nunca dejó de recibir a víctimas, tender puentes interreligiosos ni viajar a las periferias del mundo. Francisco no gobernó desde arriba, sino desde el centro de una Iglesia en salida.

Hoy el mundo despide a un hombre que nunca buscó grandeza personal, pero que transformó con gestos pequeños el modo de ser pastor. En la Plaza de San Pedro, miles de personas rezan, lloran y agradecen. En los barrios del sur global, también. Porque Francisco fue, ante todo, el Papa que vino del fin del mundo para recordarnos que Dios no se olvida de nadie.