La historia del Primer Microondas
Corría el año 1945, y en un laboratorio en Estados Unidos, el ingeniero Percy Spencer realizaba experimentos con el magnetrón, un dispositivo que produce señales de radio. Mientras realizaba sus experimentos, una barra de turrón de maní se le derritió en su bolsillo. Fue este aleatorio incidente el que le dio origen a uno de los electrodomésticos más populares en la actualidad: el microondas.
Spencer supuso que esas ondas fueron las que derritieron el dulce que tenía en el bolsillo, así que decidió probar su hipótesis con un huevo crudo y unos granos de maíz. Los expuso a los rayos del magnetrón y el huevo le explotó en la cara y los granos de convirtieron en palomitas de maíz.
Después de un tiempo, empresa para la que trabajaba Spencer, Raytheon, patentó el uso del magnetrón para cocinar y así nació el primer microondas, llamado “Radarange”. El aparato no tuvo mucho éxito, ya que el tamaño era enorme, tenía como 1,70 de altura y su valor era excesivo. “Los primeros microondas eran del tamaño de un refrigerador y requerían alrededor de 20 minutos para calentarse y ser utilizados”
Eran muy potentes, eso sí, 10 veces más que los actuales. Una papa se cocinaba en 30 segundos.
En 1967 que la empresa Amana logró disminuir el costo de manufactura y reducir el tamaño de la tecnología necesaria para su funcionamiento, y fue así como apareció el microondas que conocemos en la actualidad.
Las ondas utilizadas para calentar la comida son relativamente cortas, y de allí viene el nombre de microondas.
Recién en la década de 1970 se volvieron populares y se les empezó a llamar comúnmente “hornos de microondas”. Antes de eso, se les conocía como “hornos electrónicos”.
Y, curiosamente, lo que evita que las microondas te cocinen a ti en vez de a la comida no es el material de la ventana de la puerta, pues éstas no tienen nada de especial: están hechas de plástico o vidrio común sino la protección q le da la malla de metal que se encuentra en el interior de ese plástico transparente o vidrio. Los agujeros en esa malla tienen dimensiones específicas para que las microondas no quepan y puedan salir pero que sí las ondas luminosas en el espectro visible.
Así, las microondas rebotan y vuelven a calentar los alimentos, mientras que las ondas de luz pasan por los agujeros y permiten que veamos lo que estamos cocinando.